Nicolás González

@nigogul

Ni siquiera porque esté en el oficio del teatro, voy a tener la osadía de enfundarme en el título de crítico, pues carezco de méritos y capacidades para detentar semejante rol.

No, estas son las letras de otro más que está en la misma lucha que todos, por lo tanto, quien tenga la amabilidad de leer estas líneas, no espere veneno, ataques, discordias, ni mucho menos la actitud vergonzosa del “yo hubiera hecho esto o aquello” que tanto daño hace en el sector. No, esta es sólo la visión de otro “nadie” que más o menos consigue coherencia ordenando letras y que fue comisionado para hablar del trabajo titulado “Papeles, por favor”.

Antes de continuar con esta graforrea medianamente estilizada, quisiera procurarme otra salvedad con la que quiero de antemano, disculparme con todos los involucrados: No me voy a referir a ninguno con nombre propio -ni siquiera a su autor a quien es el único al que conozco en la vida real- no como una falta de respeto, sino con la finalidad de lanzar una opinión lo menos sesgada (dentro de la contradicción que la misma palabra supone) y que así el texto no termine por caer en lo panfletario.

Dicho esto, ahora sí me remito al hilo por el que trataré de conducir mis desvaríos, segmentándolo en tres apartados que, reitero, no son más que simples apreciaciones de alguien que milita en todos (algunos en mayor compromiso que otros) siendo estos: El texto, el trabajo de los actores y la puesta en escena.

El texto

     “Papeles, por favor” presenta la historia de una mujer que conduce su vehículo (transporte público por aplicación) recoge un pasajero y ante la posibilidad de tener problemas al ser detenidos en un retén de la policía, terminan actuando como pareja en esta breve situación cómica (melodramática) transformando la mala noche que cada uno venía llevando. La premisa es sencilla y por lo tanto clara para el lector y el espectador, cosa que también el proceso de montaje tenga el suficiente rango de limitación.

La información que contamos de los personajes, por obvias razones se centra en la mujer, de quien sabemos un poco de su familia y de las intrigas que le supone su oficio, mientras que del hombre sabemos un escueto mal momento precedido de la llegada de su viaje. Ambos, incluso siendo tan distintos en su carácter, están pasando por situaciones difíciles y aún cuando están juntos por la sencilla razón del transporte, terminan por hacerle frente a la fuerza antagonista de un policía que nunca vemos, pero que sabemos el grado de inquietud que genera. Luego del triunfo, el texto deja el sabor de que ahí es probable que pase algo más, como si a estos personajes, el destino los hubiera puesto en ese carro para finalmente encontrarse. Pero eso ya es especulación.

En el aspecto formal, la mujer se sitúa en dos planos de realidad (la intimidad de la cámara o aparte y la relación con el pasajero y el policía tácito) mientras que el hombre solo se relaciona con ella y de manera fugaz con el exterior. La figura del “aparte” logra hacer partícipe al espectador y lo involucra en el “como sí” fuera la tecnología, eternamente presente y vigilante, pero que también permite conocer la intimidad y los datos que rodean la historia tras el personaje, en contraste con el hombre del que sólo sabemos lo que la mujer se lanza a especular.

No obstante, el texto, a mi parecer tiene un pecadillo y es la resolución apresurada del conflicto con la fuerza pública, que, en últimas, es la que moviliza los miedos más profundos de la protagonista y es la que detona sus cambios emocionales a lo largo de la pieza. La construcción dramática se centra más en la “pelea de pareja” como estrategia para hacerle el quite a la amenaza y prosigue a dar por sentado que el policía se cansó (o se comió fácil el cuento, despejando todas sus dudas) y los dejó ir sin mayores consecuencias. Esto -pecando de fatalista- sabemos todos que es inverosímil en un contexto colombiano y en especial con su fuerza policial de tránsito, cuyo fuerte no es precisamente la transigencia. Considero que la dramaturgia debe (incluso en los bocados de microteatro) ejercer una presión mucho más sólida para deleitarse con el alma humana y sus contradicciones. Parafraseando vulgarmente a McKee, al personaje se le ven sus verdaderos colores en momentos de alta presión y, por tanto, se ve obligado a tomar una decisión en la que puede ganar o perder algo en la misma proporción. Y en el texto está: perder el pasajero, perder, el carro, perder la cabeza.

Trabajo de los actores

Este texto lo estoy escribiendo con el calor de sólo haber visto el estreno y, probablemente cuando llegue a la pantalla del blog, la obra ya debió haber mutado y afinado con dos fogueos más. Lo primero que debo decir es que me hicieron pasar un momento agradable, producto de un juego y una complicidad que sólo logran quienes están disfrutando de su trabajo. La ventaja de un texto claro tiene como consecuencia la construcción de personajes claros, en especial cuando cada uno apela a la dupla movimiento/quietud, generando la oposición necesaria para encontrar la fuerza del drama. La actriz logra, a partir de la información suministrada por el autor, darle rostro a esa mujer empoderada, fuerte y a la vez cálida, que, con toda seguridad, todos tenemos dentro de nuestras conocidas. El actor, si bien, se distancia de lo que uno percibe al leer el texto (pues el actor, creería yo que es mucho más joven que el personaje) también consigue transmitir esa fuerza contraria que dificulta el trabajo de la mujer y que después, al volcarse a “luchar” con el enemigo común, seduce y genera identificación con el público, como quien dice: tarado, pero buena gente.

Sin embargo, como espectador (y a la vez como director) percibí ciertas cosas atribuibles al fragor del estreno, pero que vale la pena mencionar dentro de este “ejercicio crítico”. La primera tiene que ver con el carro como objeto y por lo tanto, utilería (Además de escenario) Sí, sabemos que no se trata de una “road movie”; sí, sabemos que al ser teatro, el vehículo no está en movimiento pero, sí sabemos ciertas cosas de la acción de conducir, como que el volante no se suelta o no se mueve sistemáticamente de lado a lado como cuando uno, en efecto, juega a manejar un carro para dar a entender que “está” en el carro. Insisto, tal vez sea una cuestión de nervios -o que la actriz no sepa conducir, cosa posible- pero que es un detalle que podría añadirle más verosimilitud a la escena (pero eso soy yo, cansón y distraído por esas cosas)

El otro tema que alcanzó a hacerme algo de interferencia y que también linda en los terrenos de la dirección, fue el manejo del aparte. La convención, explícita desde el texto, nos da la información que cuando la mujer habla a la cámara, lo que sucede dentro del carro, se congela. En un principio fue así, pero conforme se fue desarrollando la historia, el actor no respetaba el código, haciéndome llegar a pensar que desde la misma dramaturgia se iba a romper (porque vi la función sin haber leído) situando a la mujer en un equívoco cómico de estar “monologando” en presencia de otra persona. Una cosa más de ritmo.

La puesta en escena

No tengo otra palabra más que admiración para los directores (as) que se han lanzado a crear contenido para este formato. Yo, siendo director mercenario, con la honestidad del caso, no he podido y ni siquiera sabría por dónde empezar a llevar el teatro al espacio del teléfono. Por ello, el sólo hecho de llegar a buen término, merece un sonoro aplauso.

En cuanto a la dirección de los actores solo diré que el trabajo trasluce el buen funcionamiento del equipo y, por lo tanto, una notoria cooperación con la figura guía. Respecto al espacio ¡qué difícil hacer teatro en un lugar tan reducido y aún así conseguir algo de movimiento! El pícaro juego del cinturón de seguridad, los cambios de altura o de inclinación en la búsqueda de los papeles en la guantera, el aparte o el encuentro con la policía, dan cuenta que sí es posible diseñar acciones y microacciones en espacios hostiles.

En este apartado vale la pena recalcar, así como con el texto, que si la progresión de la tensión se diseñara con otros altos y bajos (en especial con la fuerza exterior) los personajes estarían en mayores problemas que nos permitirían saborearlos más y reír o sufrir con ellos, pero supongo que nos faltaría tiempo, ensayo y mas funciones (¡que ojalá así sea!)

Ya para finalizar esta sarta de barbaridades, quiero agradecer al equipo de Cuarentenact y al proyecto 8M por tratar de acortar las brechas (porque las hay) entre las figuras del teatro y de paso generar estos espacios de reflexión en el que nos vemos, nos leemos y nos comentamos. Agradecido también con los actores, con el dramaturgo y el director por haber construido este divertimento sobre ruedas.

Nicolás González

 

 

  • Juanpablo Gomez

    Autor
  • Jessica Lesmes

    Actriz
  • Emmanuel Restrepo

    Actor
  • Ernesto Martínez

    Director

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